A primera vista, los aguajales pueden parecer “solo” bosques de palmeras. En realidad, son humedales estratégicos para el clima y los medios de vida amazónicos. Allí prospera el aguaje (Mauritia flexuosa), cuyos frutos sostienen economías locales y cuyo consumo está profundamente arraigado en la identidad cultural de la región.
Muchos aguajales contienen suelos de turba, lo que los hace capaces de almacenar enormes reservas de carbono, necesarias para la regulación del clima global. “En condiciones naturales, el suelo es un sumidero de carbono; en condiciones de media degradación este sumidero desaparece, y en condiciones de alta degradación se vuelve una fuente importante de emisiones”, explica Kristell Hergoualc’h, científica de CIFOR-ICRAF, quien durante más de 10 años viene investigando las características, factores de degradación y flujos de emisión de las turberas de aguajal en la Amazonía de Perú.
Pero como con otros ecosistemas claves, los aguajales plantean un gran reto: ¿cómo aprovechar el aguaje para el beneficio de las comunidades locales sin comprometer la integridad del ecosistema? La respuesta pasa por enfoques locales y procesos de codiseño que reconozcan el conocimiento de las comunidades, acompañados de ciencia sólida, marcos normativos viables y mercados que premien las buenas prácticas.
Los investigadores del proyecto “Manejo sostenible de turberas de aguajales por las comunidades locales”, liderado por CIFOR-ICRAF junto con instituciones peruanas y socios locales, comparten cinco claves para orientar la gestión sostenible de los aguajales en la Amazonía peruana.
1. Poner las dinámicas sociales en el centro del manejo sostenible
“Son cinco millones y medio de hectáreas de aguajales en el Perú, con cientos de comunidades y realidades sociales y económicas diversas. Se trata de un mosaico muy complejo”, señala Dennis del Castillo, director de investigación del IIAP.
En esa diversidad, cada comunidad tiene formas distintas de relacionarse con estos ecosistemas. “Si no consideramos la existencia o ausencia de reglas de acceso y aprovechamiento, o el interés y la valoración que pueda haber respecto al recurso, es probable que las iniciativas de manejo no prosperen”, apunta Alonso Pérez, del Instituto del Bien Común (IBC).
En ese sentido, los planes de manejo no deben imponerse desde fuera, sino construirse a través de un proceso de codiseño participativo, que parta de lo que ya existe, valore las fortalezas locales y respete los tiempos y formas de deliberación de cada comunidad.
2. Medir bien para manejar mejor: el carbono en los aguajales
Las turberas amazónicas son un “tesoro climático”, pero no todos los aguajales son turberas ni almacenan el mismo carbono. Investigaciones del IIAP muestran que su profundidad puede variar desde centímetros hasta más de ocho metros en un mismo paisaje, y que la composición de especies asociadas al aguaje cambia entre sitios. “A lo largo del aguajal varía la formación de la turba, por lo que es importante poder captar esos cambios en el suelo de turba. Con más información podemos entender mejor y generar estimaciones más confiables”, explica el biólogo Gabriel Hidalgo.
Esa evidencia también debe traducirse en las intervenciones. Como señala Hergoualc’h, “diferentes niveles de degradación implican distintos impactos sobre el ecosistema, las emisiones de gases de efecto invernadero o la biodiversidad. También requieren diferentes niveles de intervención en materia de conservación: un sitio muy degradado será más difícil y costoso de restaurar que uno menos degradado”.
Por ello, los inventarios y el monitoreo biofísico a largo plazo son fundamentales. Estos datos alimentan los reportes climáticos del Perú —desde las Contribuciones Nacionalmente Determinadas (NDCs) hasta los compromisos con la Convención Ramsar y el inventario nacional de gases de efecto invernadero.
3. Normas que funcionen: menos barreras, más oportunidades
Para muchas comunidades, formalizar derechos de uso sigue siendo cuesta arriba: requerimientos de inventarios forestales, georreferenciación y estudios técnicos implican costos y capacidades difíciles de cubrir. La norma, en lugar de habilitar, termina excluyendo a quienes más dependen del recurso.
Fernando Arévalo de la SPDA subraya la necesidad de trabajar desde un enfoque local, en diálogo con las comunidades, para identificar sus necesidades y hacer mucho más amigable el marco legal para el aprovechamiento del aguaje. En el caso de Perú, Arévalo indica que “las comunidades que se encuentran dentro de un área protegida tienen una tratativa totalmente diferente a aquellas que se encuentran fuera del área natural protegida, y por ende, se debe tomar en cuenta que hay una diferente normativa y mecanismos”. José Luis Capella, también de la SPDA, añade: “El reto no es inventar nuevas reglas, sino garantizar que las existentes sirvan tanto para que el ecosistema no se deteriore como para que las poblaciones locales encuentren en el aguaje una oportunidad real”.
La construcción conjunta con comunidades y organizaciones de base, en coordinación con autoridades regionales y nacionales, es clave para desburocratizar y crear soluciones viables.
4. Fortalecer la cadena de valor del aguaje
Comprender la cadena —desde la cosecha hasta la transformación— permitirá cerrar brechas. Hoy, los datos sobre volúmenes, rendimientos y variaciones anuales de la recolección del aguaje son dispersos; la trazabilidad es limitada y no siempre se distingue si el fruto proviene de trepar o de tumbar la palmera, ni cuáles son los costos y beneficios que asume cada eslabón.
“Hay limitantes subyacentes en la cadena de valor que tienen que ver con las dificultades en la formalización y la fiscalización. Ello puede llevar a las comunidades a preguntarse “¿hasta qué punto conviene formalizarse si quienes tumban palmeras siguen operando sin control?”, señala Pérez.
Se requieren mejores técnicas de cosecha (equipos para trepar), desarrollo de capacidades para la organización y gestión empresarial, y para acceder a financiamiento, técnicas y tecnologías para prolongar la vida útil de la pulpa, asegurar cadena de frío y diversificar la producción.
Superar estas limitaciones, junto con mejorar los mecanismos de control, es esencial para que la cadena de valor del aguaje funcione de manera justa y sostenible.
5. Hacer que la sostenibilidad sea rentable
La conservación solo se consolida si se mejoran los ingresos. Hoy, gran parte del comercio del aguaje es informal y con márgenes bajos para productores, lo que desincentiva prácticas sostenibles.
Una vía es diferenciarse en el mercado mediante sellos y certificaciones (por ejemplo, los impulsados por SERNANP en áreas protegidas) que reconozcan buenas prácticas. Pero, como advierte Pérez, no son una solución universal: lo esencial es que las iniciativas generen beneficios tangibles en la economía familiar y comunitaria. Cuando las y los comuneros perciben que el manejo sostenible conserva el bosque y mejora los ingresos, la conservación deja de ser un discurso externo y se convierte en una decisión propia.
Para obtener más información sobre este tema, puede ponerse en contacto con Kristell Hergoualc’h en k.hergoualch@cifor-icraf.org
El proyecto “Manejo sostenible de turberas de aguajales por las comunidades locales” es liderado por CIFOR-ICRAF en consorcio con el Instituto del Bien Común de Perú, la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA), el IIAP y gracias al financiamiento de la Iniciativa Darwin del Reino Unido.
El equipo de investigadores agradece a la Reserva Nacional Pacaya Samiria y las comunidades de San Francisco y Chanchamayo, por las facilidades prestadas para las visitas de campo y desarrollo de talleres desarrollados en junio de 2025.









