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En la Amazonía inundable, las comunidades buscan adaptarse a un clima cambiante

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10 min de lectura
Apoyar medidas para el aprovechamiento sostenible de recursos es clave para los ecosistemas y los medios de vida amazónicos
Two hunters returning from the Takamanda forest, Cameroon with a black-casqued hornbill

En la Amazonía baja de Perú, ecosistemas diversos y únicos fluyen en una dinámica constante. Entender las variaciones que ocurren en la Reserva Nacional Pacaya Samiria es complejo, pero los habitantes de comunidades indígenas como San Francisco y Chanchamayo, que viven en este extenso bosque inundable, conocen bien los ciclos de la naturaleza y han aprendido a moverse con ella. Aunque las cosas estén cambiando. 

Asentadas en las riberas del Marañón, las familias de estas comunidades, dos de las 140 que viven alrededor de la reserva, se han adaptado a los cambios estacionales del río y sus afluentes ─que con sus ciclos de creciente y vaciante influyen en los ecosistemas inundables─ para sus medios de subsistencia y economías. 

En circunstancias normales, cuando el caudal del río comienza a bajar, los pobladores saben que la temporada de pesca ha llegado. “Los pescados empiezan a ‘surcar’ y la gente aprovecha para ir a pescar con sus redes, a veces para comercializar o para su consumo”, cuenta Alexandro Lache, el Apu (líder comunitario) de San Francisco. “No es una entrada económica fija, pero nuestra forma de vida es aprovechar lo que nos da la naturaleza”, indica. 

Muchas de ellas se dedican al mismo tiempo a la agricultura, la pesca, así como la caza y la extracción de productos forestales que les provee la reserva, un área natural protegida de uso directo ubicada en la región Loreto. La reserva es reconocida como un humedal de importancia internacional (sitio Ramsar) y alberga una diversidad excepcional de especies de flora y fauna.  

No obstante, muchos pobladores como el Apu Alexandro ven con preocupación cómo los recursos están disminuyendo o se hacen cada vez más lejanos debido a cambios en el entorno y las diversas presiones que existen sobre el territorio. 

“Los pobladores antiguos cuentan que antes podían cazar para alimentarse cerca de sus casas, pero ahora debemos caminar por horas dentro del bosque inundable para encontrar algo. Y a veces volvemos con las manos vacías”, relata el Apu. 

Lache, a sus 23 años, asumió recientemente el liderazgo de su comunidad con la esperanza de motivar a otros jóvenes que temen ocupar cargos en medio de los crecientes desafíos. Como él, otras personas creen que mantenerse en el territorio y ayudar a la comunidad a crecer en sostenibilidad es el camino para prosperar, a pesar de las adversidades que enfrentan la Amazonía y sus pobladores tradicionales.  

La vida y el río 

El río Marañón es uno de los límites naturales de la reserva Pacaya Samiria, y las comunidades asentadas viven en sus riberas interactuando con el agua por cientos de años. Para ellas, el río es su camino, sustento y principal fuente de agua. Pero los ríos no están libres de peligro. 

Los derrames de petróleo de los oleoductos que cruzan los ríos amazónicos de Perú, registrados desde hace décadas, han causado serios estragos en la población. El Apu Alexandro recuerda en especial el evento que ocurrió en 2014: “Nosotros consumíamos agua del río y cuando vino esta problemática no sabíamos qué impacto tendríamos; y hoy hay personas que viven con mercurio en su cuerpo. Por eso ahora usamos cisternas que almacenan el agua de la lluvia”.   

Además, en 2024, una de las sequías más severas en la Amazonía puso en alerta roja al río Marañón y dejó aisladas a las comunidades. “Este río se secó, la comunidad se quedó cerrada por las playas (pampas arenosas) y en el medio quedó un pozo de agua que calentaba hasta casi hervir”, cuenta Ostin Lomas, teniente de Chanchamayo, otra comunidad ubicada en la periferia de la reserva y quien se dedica al cultivo de cacao, plátano y yuca. “Esa misma agua teníamos que tomar, no podíamos ni bañarnos y nuestros cultivos se vieron afectados”, recuerda.  

“Nunca había visto una sequía tan grave”, asegura Lache. Dado que San Francisco se encuentra a diez horas en bote desde la ciudad portuaria de Nauta, que conecta con la capital de la región, Iquitos, el transporte de las cosechas y la interconectividad fueron interrumpidos, afectando medios de vida, biodiversidad y ecosistemas. “Las embarcaciones no pasaban y el riesgo era que se perdiera el producto”, indica. Asimismo, los “caños” ─como localmente se conoce a los pequeños ríos─ se secaron y los peces empezaron a morir.     

Con 53 años, Lomas es testigo de los cambios en el ambiente. “Ahora en el tiempo de lluvias, hay verano”, dice. La ausencia de precipitaciones y el calor extremo han tenido un impacto directo sobre otros ecosistemas. “Los aguajales también se quedaron secos y algunos se echaron a perder porque estas plantas se mantienen a base de abundante agua”, señala. 

Los bosques de aguaje 

Para Lomas, algunos de estos cambios en los aguajales ─un tipo de humedal dominado por la palmera Maurita flexuosa, conocida localmente como aguaje─ están relacionados con el cambio climático y con la depredación del bosque. En su comunidad y otras partes de la Amazonía predomina la tala de la palmera hembra del aguaje para obtener el fruto del mismo nombre. Su cosecha es una importante fuente de entrada para muchos pobladores que ingresan a los bosques inundados dominados por la palmera durante la temporada seca, cuando el nivel del río baja. Sin embargo, los recolectores cuentan que cada año deben adentrarse más en el bosque para encontrar el fruto, que a su vez es el alimento directo de aves y mamíferos. 

De acuerdo con un estudioconducido por CIFOR-ICRAF y otras instituciones, en la Amazonía peruana los pantanos de palmeras sobre turba registraronentre 2007 y 2018 una tasa de degradación de 17 650 hectáreas por año y una tasa de deforestación de 4200 hectáreas anuales. Esta pérdida no solo reduce la disponibilidad del aguaje, también altera el clima.En las tierras bajas amazónicas inundadas de Perú, las turberas de aguajales almacenan grandes cantidades de carbono en sus suelos que se libera cuando son degradadas,contribuyendo al calentamiento global.   

En San Francisco, algunas familias están dando pasos firmes para conservar los aguajales, pues son ecosistemas clave para su alimentación, cultura y economía. “Estamos tomando acción pensando en nuestros hijos”, señala Belvi López, agente municipal de la comunidad. 

“Antes, el aprovechamiento del aguaje no estaba regulado, quien quería, lo cortaba, nadie decía nada, ni el propio Estado”, recuerda. Pero con la creación de la Reserva Nacional Pacaya Samiria en 1972, las comunidades asentadas dentro del área protegida tuvieron que adaptarse a nuevas reglas para el uso y comercialización de los recursos. Así, el Sernanp comenzó a otorgar derechos de aprovechamiento bajo planes de manejo para asegurar su sostenibilidad. 

Fue entonces cuando algunas familias aprendieron que tumbar la palmera estaba poniendo en riesgo la disponibilidad del recurso y modificando el ecosistema. Gracias a talleres promovidos por el Sernanp, algunos pobladores comenzaron a practicar el escalado de la palmera de aguaje, trepando árboles que pueden alcanzar entre 20 y 35 metros de altura para recolectar los racimos del fruto. 

“Al principio muchos decían “¿cómo vamos a subir?”, pero con el tiempo hemos aprendido. El año pasado un grupo de jóvenes tomamos la iniciativa de cosechar el aguaje escalando”, cuenta el Apu de San Francisco. 

Por su parte, Belvi y otros diez comuneros están trabajando para formar un grupo de manejo que les permita acceder al derecho de aprovechamiento. Para ello deben tramitar un plan de manejo, una tarea que no encuentran simple. “Hay requisitos que muchas veces representan una limitante. Por ejemplo, no cuentan con un GPS, no pueden pagar por un inventario forestal o no conocen los procedimientos administrativos del Estado”, explica Alonso Pérez, investigador del Instituto del Bien Común (IBC). 

Para apoyar a las comunidades a superar estas barreras y promover el aprovechamiento sostenible del aguaje, el proyecto Manejo sostenible de turberas de aguajales por las comunidades locales, liderado por CIFOR-ICRAF en consorcio con el IBC, la Sociedad Peruana de Derecho Ambiental (SPDA) y el Instituto de Investigaciones de la Amazonía Peruana (IIAP), empezó a trabajar en junio de este año con las comunidades de San Francisco y Chanchamayo. Más allá de orientar la logística de los documentos necesarios, el objetivo es codiseñar estrategias de manejo del aguaje con las comunidades y las instituciones a cargo de su gestión. 

Para Alexander, este acompañamiento es clave para asegurar el futuro del territorio. Conservar los aguajales, dice: “No solo protege el fruto, sino también a los animales que dependen de él y forman parte de su dieta”. Además, el monitoreo comunitario que plantea el proyecto podría ayudar a controlar la tala ilegal. “Personas foráneas vienen a tumbar el aguaje sin permiso. Eso afecta lo que estamos tratando de cuidar”, advierte. 

También está en juego el conocimiento tradicional que florece en torno a estos ecosistemas. “Usamos la medicina vegetal, aunque ahora más recurrimos al botiquín de la comunidad. Pero no queremos que se pierda”, comenta Alexander. Uno de los remedios más usados es el shirisanago, una planta que crece en los aguajales más tupidos. “Se saca una parte de la raíz, se macera con aguardiente y sirve para el reumatismo, ya que donde trabajamos es un ambiente inundado”. 

En la comunidad de Chanchamayo, la práctica de escalado es más reciente, pero también ha comenzado a dar frutos. Roberto Núñez, comunero y agricultor, no solo ha aprendido a escalar, sino que también ha decidido plantar aguajes. “Sembré mi primera palmera hace veinte años, cuando nació mi hijo, para que algún día él también tenga la esperanza de cosechar sus frutos”, cuenta. 

Hoy, esos árboles siguen en pie, y Roberto continúa sembrando, convencido de que el aguaje debe cuidarse como se cuida la vida misma. 

Para obtener más información sobre este tema, puede ponerse en contacto con Kristell Hergoualc’h en k.hergoualch@cifor-icraf.org  

El equipo de investigadores del proyecto “Manejo sostenible de turberas de aguajales por las comunidades locales”, agradece a la Reserva Nacional Pacaya Samiria y las comunidades de San Francisco y Chanchamayo, por las facilidades prestadas para las visitas de campo y desarrollo de talleres desarrollados en junio de 2025.  

Los apellidos de algunas personas consultadas en las comunidades fueron omitidos respetando sus preferencias y consentimiento brindado. 

El proyecto “Manejo sostenible de turberas de aguajales por las comunidades locales” es posible gracias a la Iniciativa Darwin del Gobierno del Reino Unido.