En muchos lugares del mundo las fabricas de pulpa y los aserraderos están viendo cada vez más difícil el obtener áreas grandes para las plantaciones forestales. También enfrentan presiones crecientes para mejorar sus relaciones con las comunidades cercanas y para encontrar fuentes alternativas de madera que no provengan de bosques naturales. Durante la última década, esta situación ha llevado a que docenas de empresas hagan arreglos con agricultores, donde estos últimos permiten que sus tierras sean utilizadas para producir madera para las compañías a cambio de varios beneficios. En algunos casos, los agricultores alquilan sus tierras a la compañía para sembrar árboles. En otros casos, ellos mismos siembran los árboles, mientras la compañía proporciona servicios como crédito, asesoría técnica, material genético y la garantía de comprar la madera producida a precio de mercado.
El documento "Encuesta mundial y marco analítico para entender los convenios entre procesadores forestales y agricultores", preparado para la FAO por Helen Desmond y Digby Race, examina diecisiete arreglos de este tipo que comenzaron después de 1989 en Brasil, Colombia, Ghana, India, Indonesia, Nueva Zelanda, Portugal, las Islas de Solomón, Sudáfrica, Vanuatu y Zimbabwe. Actualmente, estos arreglos involucran a unos 10.000 agricultores, que ya han plantado mas de 80.000 hectáreas de árboles. Una buena parte de estos agricultores son pequeños campesinos, quienes siembran unas pocas hectáreas de árboles, aunque en algunos casos un solo productor puede plantar hasta 200 hectáreas o más.
Las compañías y los agricultores señalan que los convenios proporcionan beneficios. Para las compañías significa un menor costo en sus materias primas y menos conflictos. Para los agricultores puede ser una nueva fuente de ingresos y de empleo, como también el acceso a servicios y a otras ventajas.
Como en cualquier relación, a veces uno o ambos socios no están satisfechos por alguna razón. En los lugares donde solamente una compañía compra la madera, a menudo esta se aprovecha de su poder monopólico para bajar los precios. A los agricultores no les gusta eso. Por otro lado, donde varias empresas compiten por la misma madera, algunos productores utilizan una compañía para conseguir crédito y asistencia técnica, pero después le venden la madera a otra, lo cual no les agrada a las compañías. Sembrar árboles es un negocio riesgoso. Los cambios en los precios y en las políticas hacen que algunas compañías tengan que salir del negocio. Algunos árboles se desarrollan mal y las plagas y las enfermedades y los incendios forestales acaban con otros. Tanto las compañías como los agricultores quieren que el otro lado asuma la mayor proporción de los riesgos posible. Superar estos problemas requiere de una comunicación clara y un compromiso a largo plazo para que la relación funcione bien.
Sorprendentemente, Desmond y Race documentan pocos casos en donde los gobiernos o las organizaciones no gubernamentales (ONGs) apoyaron este tipo de convenios o trabajaron para mejorarlos. Tal vez estos actores externos podrían promover mejores emparejamientos, aunque no todos quieran un matrimonio arreglado.








